miércoles, 22 de diciembre de 2010

EFEMÉRIDES SANMIGUELINA

Por: Dr. Martín Nizama Valladolid*
Alma Mater de la piuranidad, el histórico Colegio Nacional San Miguel, cumple el próximo 29 de setiembre 175 años de gloriosa tradición al servicio de la educación piurana, regional y nacional. Con justicia se afirma que “San Miguel es Piura y Piura es San Miguel”, para señalar la profunda consubstanciación entre el viejo claustro y la piuranidad, una de cuyas vertientes más prístinas y sensibles es precisamente el inagotable manantial sanmiguelino, que durante 175 años ha sabido cumplir con la alta misión de forjar espíritus fuertes, emprendedores y triunfadores. Con su proverbial estela, el viejo claustro ha calado en lo más hondo del espíritu piurano: radiante, coloquial, amical y generoso. La comunidad sanmiguelina es eso, antorcha deslumbrante de piuranidad. Vibrantes expresiones populares sentencian con orgullo esta tradición: "en cada hogar piurano, late un corazón sanmiguelino” y “donde hay un piurano, late un corazón sanmiguelino”. Estas son las raíces espirituales de la vasta familia sanmiguelina, de ayer, hoy y de los tiempos venideros.
Cerca de la Plaza Merino se
 ubicó, en sus inicios, el Colegio
 San Miguel. (Foto: Arturo Davies)
Durante su egregia historia, de sus aulas egresaron miles de jóvenes que cual bandadas de palomas se esparcieron por el mundo en busca de nuevas fronteras, tras haber internalizado por el resto de sus vidas, el lema del himno sanmiguelino: trabajar, estudiar y triunfar. Por ello, la sanmiguelinidad vibra en el suelo patrio y allende los mares con el fulgor de la impronta del amado y leal San Miguel, que sella en sus egresados sapiencia, piuranidad y el bello himno a la juventud sanmiguelina. Amén de las vivencias propias de cada estudiante e inherentes a cada promoción; así, generación tras generación. De esta manera, se gesta la mística sanmiguelina; sea en las aulas, en el quehacer cotidiano entre condiscípulos, en las competencias académicas y deportivas, conociendo la historia del claustro, aprendiendo las enseñanzas de los docentes, emulando a los paradigmas y construyendo el rumbo hacia la conquista del sueño triunfador, elaboración imaginaria de la visión de futuro.
Los orígenes del ilustre colegio se remontan hasta las postrimerías de la época colonial, cuando en 1784 el obispo de Trujillo, Monseñor Baltazar Martínez de Compañón se reunió con los vecinos de la ciudad y formaron el Convento del Carmen, al lado del cual se instaló una capilla que les fue donada y que posteriormente se convirtió en la Iglesia del Carmen, ubicada en lo que hoy es la Plazuela Merino. Luego, en mayo de 1827, el general Santa Cruz, presidente de la junta de gobierno, decretó la creación oficial del Colegio de Ciencias de Nuestra Señora del Carmen. Ulteriormente, el 20 de setiembre de 1829 se ratificó mediante otro decreto la fundación del Colegio Nacional San Miguel. Rubricó este dispositivo el Presidente de la República, José de La Mar. Sólo dos años después, el 17 de diciembre de 1831, fue publicado dicho decreto fundacional, designándose como primer Director a José de Lama. Sin embargo, como consecuencia de la inestabilidad de la naciente República, el colegio comenzó a funcionar recién el 30 de agosto de 1835. Muy poco tiempo después el colegio fue clausurado durante 10 años y reabierto en 1846. En adelante funcionó normalmente hasta 1879 en que las tropas chilenas invadieron el local y lo destruyeron al igual que sus archivos. Los sanmiguelinos de entonces se enrolaron en el ejército para combatir al invasor. Finalizada la infausta guerra, el colegio reabrió sus puertas y volvió a funcionar normalmente hasta que en 1912 un terremoto destruyó su planta física. Por esta causa, el colegio comenzó una etapa itinerante. Se trasladó primero a la antigua Tacalá, luego a una casona piurana en la calle Tacna. Una vez refaccionado el local primigenio, el colegio volvió a funcionar en dicho lugar, donde permaneció hasta 1952, año en que se trasladó a su nuevo local en el barrio Buenos Aires, con el nombre de Gran Unidad Escolar San Miguel, donde hasta hora alberga a la juventud piurana en un edificio actualmente vetusto, azotado por los años y con alto riesgo de sufrir un colapso catastrófico. Sin embargo, el viejo claustro recuperó su nombre histórico de Colegio Nacional San Miguel.
La plana docente de su etapa primigenia, todos eran educadores por vocación; ninguno fue docente con formación pedagógica. Sin embargo, fueron maestros por antonomasia, dotados de una mística y un eros pedagógico inagotable. Eran profesionales de la medicina, abogacía, ingeniería, farmacia, sacerdocio, intelectuales o políticos. Primaba su calidad humana, integridad personal y el compromiso con su misión docente. De ellos cabe mencionar a Ignacio Escudero, Francisco Vegas Seminario, Francisco Maticorena y Enrique del Carmen Ramos, entre otros.
José Estrada Morales y Juan Guillermo Zela, ex directores de San Miguel.
De la etapa de esplendor, se recuerda a grandes maestros, paradigmas del sacerdocio docente, unos de vocación y otros con título de profesor: Enrique López Albújar, Ricardo Lucio Espinoza, el regente Sixto A. Ramírez, Hildebrando Castro Pozo, Guillermo Gulman Lapouble, Francisco Pérez Rosas, Francisco Lizarzaburu, Ricardo Vegas García, R.P Jesús Santos García, Roberto Nolte Garcés, Ramón Abásolo Rázuri, Víctor Lema Pérez, Néstor S. Martos Garrido, Luis Marroquín Andía, Francisco Xandoval, Wilfredo Obando Vásquez, Carlos Robles Rázuri, José H. Estrada Morales y Juan Guillermo Zela Koort, entre otros. Entonces, el tradicional colegio poseía una institucionalidad fuerte: identidad, mística, vigencia plena del principio de autoridad, disciplina, clara definición de roles de sus estamentos docente, discente, administrativo y de mantenimiento; así como excelencia académica, cumplimiento cabal de su misión visión y una sólida imagen institucional. La juventud más dotada del norte del Perú soñaba con estudiar en sus aulas, para lo cual había que dar un riguroso examen de ingreso.
Del cuerpo docente de la época ulterior hasta la actualidad, cabe señalar que todos son docentes con título de profesor. Sin embargo, durante esta etapa, que comienza a mediados de la década del setenta, el Estado comenzó a abandonar progresivamente la educación pública, suprimiendo la asistencia económica mínima a los centros educativos, con grave deterioro de la calidad en la enseñanza y de la disciplina escolar. De modo que los colegios históricos entraron en un proceso de franca decadencia, hasta niveles de degradación de la educación, cuyas manifestaciones más deplorables son la aparición de bandas, pandillas y barras bravas, quiebra de la disciplina escolar, pérdida de la autoridad del cuerpo docentes, escalofriantes “guerras” entre pandillas de los colegios rivales, conducta delictiva e indicadores inequívocos de corrupción en los centros educativos estatales, con lo cual la educación pública cayó en el más penoso descrédito, hasta el punto de tocar fondo. Felizmente, en la actualidad este grave deterioro ha comenzado a ser revertido por el Estado, mediante la reconstrucción de la estructura física de los colegios emblemáticos, implementación e instrumentación de laboratorios y mejora de la plana docente.
En relación a los ex-alumnos, de las aulas sanmiguelinas han egresados jóvenes que luego se convirtieron en ciudadanos ilustres, triunfadores en el ámbito nacional e internacional. A continuación, mencionamos sólo algunos: Luis M. Sánchez Cerro y Juan Velasco Alvarado, ex-presidentes de la República, Luis A. Eguiguren, eminente jurisconsulto; Mario Vargas Llosa, escritor; Enrique López Albújar, Miguel Gutiérrez, Néstor S. Martos Garrido, Marco Martos Carrera, Francisco Vegas Seminario y Rómulo León Zaldívar, escritores; Miguel Maticorena, historiador y Guillermo Garrido Lecca Frías, quien fuera Ministro de Salud.
Entre los autores de historias y reminiscencias del glorioso claustro destacan, Miguel Maticorena Estrada, Néstor Martos Garrido, Jorge Moscol Urbina, Rodrigo Coronel Herrera, Arturo Seminario, Raúl Palacios Rodríguez, Juan Paz Velásquez y Manuel Adrianzén Rivas. Ellos han abordado el tema de la fundación del colegio, el aspecto itinerante del local institucional, las figuras epónimas y las reminiscencias de la vida sanmiguelina que les tocó vivir en las diferentes épocas en que fueron estudiantes. La historia completa del glorioso colegio, fuente inagotable de piuranidad, es una tarea pendiente; un vacío que reta a los historiadores egresados de sus aulas.

Mario Vargas LLosa
Un sanmiguelino por antonomasia, José H. Estrada Morales, en su obra, San Miguel, Miscelánea del Alma Piurana 1936-1940 (Cuadernos de Piuranidad), plasma una apología al himno de la juventud sanmiguelina, bella inspiración poética de Francisco Xandoval y musicalizado magistralmente por Wilfredo Obando. Este himno es una loa a la juventud estudiosa, que brota de los poemas homéricos, del diáfano amanecer piurano, de la fuerza espiritual de la juventud y de sus sueños de triunfo. Para un sanmiguelino, su himno es su bandera de triunfo.
El ilustre escritor arequipeño, Mario Vargas Llosa, inició su trayectoria de literato en su época de estudiante sanmiguelino, en 1952, año en el cual estrenó su primera obra de teatro, el drama, La Huida del Inca, que fue presentado con gran éxito en el Teatro Variedades, con motivo de la Semana de Piura. Luego, 1959, Vargas Llosa, publicó su primer cuento, Los Jefes en el cual relata una frustrada intención de huelga estudiantil contra el entonces director del San Miguel, Luis Marroquín Andía. Simbólicamente, Los Jefes constituye una expresión literaria de rebeldía contra la autoridad paterna. Los personajes de este cuento breve son todas autoridades, profesores, regentes y condiscípulos del colegio en 1952, año en que él cursó el quinto año de secundaria en el San Miguel. Más tarde, Vargas Llosa, en sus memorias, El Pez en el Agua (1993), relata con embeleso su paso por Piura. En este detallado testimonio de gratitud, Vargas Llosa manifiesta, “Si de los cincuenta y cinco que he vivido, me permitieran revivir un año, escogería el que pasé en Piura…..estudiando el quinto año de secundaria en el colegio San Miguel….Todas las cosas que me pasaron allí, entre abril y diciembre de 1952, me tuvieron en un estado de entusiasmo intelectual y vital que siempre he recordado con nostalgia. El colegio San Miguel de Piura estaba frente al Salesiano….Pero el San Miguel, debido a los esfuerzos del director- el doctor Marroquín, a quien di tantos dolores de cabeza-era un magnífico colegio…El doctor Marroquín había logrado que distinguidos profesionales de la ciudad fueran a dar clases-sobre todo a los alumnos de mi año, el último-y gracias a eso tuve la suerte, por ejemplo, de seguir un curso de economía política con el doctor Guillermo Gulman….Teníamos también un excelente profesor de Historia, Néstor Martos, que escribía a diario en El Tiempo una columna titulada Voto en contra, sobre temas locales. El profesor Martos, de figura desbaratada, bohemio impenitente, que parecía llegar a clases, a veces, directamente de laguna cantinilla donde había pasado la noche entera tomando chicha, despeinado, barbicrecido, y con una bufanda cubriéndole media cara-¡una bufanda en la tórrida Piura!-, en la clase se transformaba en un expositor apolíneo, un pintor de frescos de los períodos preincaica e incaico de la historia americana. Yo lo escuchaba embelesado y me sentí un pavo real una mañana, en aquella clase en la que, sin mencionarme, se dedicó a enumerar todos los argumentos por los que ningún peruano de casta podía ser un “hispanista” ni elogiar a España (que era lo que había hecho yo, ese día, en mi columna de La Industria, con motivo de la visita a Piura del Embajador de ese país). Uno de sus argumentos era: ¿se dignó algún monarca, en los trescientos años de colonia, visitar las posesiones americanas del imperio español?....El profesor de literatura resultó algo desangelado…pero una buenísima persona: Carlos Robles Rázuri. El Ciego Robles, cuando descubrió mi vocación, me tomó mucho aprecio y solía prestarme libros….A la segunda o tercera semana de clases, en un gesto de audacia, le confié al profesor Robles mi obrita de teatro. La leyó y me propuso algo que me causó palpitaciones. El colegio ofrecía uno de los actos con que se celebraba la semana de Piura, en Julio. ¿Por qué no sugeríamos al director que el San Miguel presentara ese año La Huida del Inca? El doctor Marroquín aprobó el proyecto y, sin más, quedé encargado de dirigir el montaje, para entrenar la obra el 17 de julio, en el Teatro Variedades. Vaya exultación con la que corrí a la casa a contárselo al tío Lucho: ¡Íbamos a montar La Huida del Inca! ¡Y en el Teatro Variedades, nada menos! Aunque solo fuera por haberme permitido ver, en un escenario, viviendo con la ficticia vida del teatro, algo inventado por mí, mi deuda con Piura sería impagable. Peo le debo otras cosas. Los buenos amigos, algunos de los cuales me duran hasta ahora….Yolanda Vilela, fue una de las tres “vestales” de la Huida del Inca, según el descolorido programa del espectáculo que llevo en la cartera, como amuleto, desde entonces”.
Vargas Llosa, en El Pez en el Agua, continúa el vívido relato de sus vivencias sanmiguelinas. “Ya avanzado el semestre, un buen día el doctor Marroquín nos comunicó a los de quinto año que, esta vez, los exámenes finales no se tomarían de acuerdo a un horario preestablecido, sino de improviso. La razón de esta medida experimental era poder evaluar con mayor exactitud los conocimientos del alumno. Esos exámenes anunciados, para los que los estudiantes se preparaban memorizando la noche anterior el curso en cuestión, daban una idea inexacta de lo que habían asimilado. Cundió el pánico en la clase. Eso de que uno se preparara en química y fuera al colegio y le tomaran geometría o lógica, nos puso los pelos de punta. Empezamos a imaginar una catarata de cursos aplazados. ¡Y en el último año de colegio! Con Javier Silva-Ruete-alborotamos a los compañeros para rebelarnos contra el experimento (mucho después supe que aquel proyecto había sido la tesis de grado del doctor Marroquín). Celebramos reuniones y una asamblea en la que se nombró una comisión, presidida por mí, para hablar con el director. Nos recibió en su despacho y me escuchó educadamente pedirle que pusiera horarios. Pero nos dijo que la decisión era irrevocable. Entonces, planeamos una huelga. No iríamos a clases, hasta que se levantara la medida. Hubo noches sobreexcitadas discutiendo con Javier y otros compañeros los detalles de la operación. La mañana cordada, a la hora de clases, nos replegamos al malecón Eguiguren. Pero allí, algunos muchachos, asustados-en esa época una huelga escolar era insólita-comenzaron a murmurar que podrían expulsarnos. La discusión se envenenó y un grupo, por fin, rompió la huelga. Desmoralizados con la deserción, los demás acordamos regresar para las clases de la tarde. Al entrar al colegio, el jefe de inspectores me llevó a la oficina del director. Al doctor Marroquín le temblaba la voz mientras me decía que, como responsable de lo ocurrido, yo merecía que me expulsara ipso facto del San Miguel. Pero que, para no estropearme el futuro, sólo me suspendería siete días. Y que dijera al “ingeniero Llosa”…que fuera a hablar con él….Mi expulsión temporal provocó un pequeño revuelo y hasta el prefecto cayó por la casa a ofrecerse como intermediario para que el director levantara la medida. No recuerdo si la cortó o me pasé la semana expulsado, pero, cumplido el castigo, me sentí el protagonista de La noche quedó atrás, luego de sobrevivir a las cárceles nazis”.
Y continúa Vargas Llosa. “Cito el episodio de la frustrada huelga porque sería tema del primer cuento mío publicado (“Los jefes”), y por que en él se vislumbran los primeros brotes de una inquietud. No creo haber pensado mucho en política antes de ese año piurano….En ese año piurano la política entró en mi vida al galope y con el idealismo y la confusión con que suele irrumpir en un joven”….“Llegué a los exámenes de fin de año con cierta zozobra, por aquella huelga, pensando que tal vez el colegio tomaría represalias. Pero aprobé todos los exámenes. Las dos últimas semanas fueron frenéticas. Pasábamos las noches en vela, revisando los apuntes y notas del año, con Javier Silva, los Artadi, los mellizos Temple, y, a menudo con tanta irresponsabilidad como ignorancia, tomábamos anfetaminas para mantenernos despiertos. Se vendían en la farmacia sin necesidad de receta médica y nadie, alrededor, tenía conciencia de que se trataba de una droga. La artificial lucidez y excitación nerviosa a mí me tenían, al día siguiente, en un estado de debilidad y depresión”.
En estos sentidos párrafos de gratitud, vertidos en su obra El Pez en el Agua, el gran escritor Mario Vargas Llosa, evidencia su sanmiguelinidad profunda, demostrando en los hechos lo que todo sanmiguelino debe hacer, glorificar a su Alma Máter, según lo clama la última estrofa del sacro himno: “Serán tuyos los triunfos de entonces, será tuya la dulce embriaguez, será tuya la llave de oro ¡San Miguel! ¡San Miguel! ¡San Miguel!
Respecto a la competitividad académica, deportiva y artística, el San Miguel siempre paseó su prosapia por los diferentes escenarios en los cuales le tocó actuar, tanto en el ámbito local como nacional. Así, ha tenido campeones nacionales del saber y de matemáticas; así como títulos en fútbol, básquetbol, tiro, bala, etc. El San Miguel ha participado exitosamente en eventos nacionales de colegios centenarios. Su nombre se menciona con el máximo respeto entre sus pares del país, sea el Colegio Nacional Nuestra Señora de Guadalupe, el San José de Chiclayo, el San Juan de Trujillo, la Santa Isabel de Huancayo o el San Ramón de Cajamarca. En los desfiles premilitares, la juventud sanmiguelina con su insuperable marcialidad siempre despertó la emoción, algarabía y aplausos del público plenamente identificado con su Alma Mater educativa.
Juvencio Villegas en el 2006
La sanmiguelinidad es un sentimiento profundo de amor al viejo claustro, identidad con su historia, mística institucional, gratitud y reconocimiento a los maestros paradigmáticos, apego a sus valores y a su gloriosa tradición, orgullo de haber pasado por sus señeras aulas, compromiso de acrecentar su imagen institucional, fraternidad entre condiscípulos y egresados, remembranzas juveniles de los egresados y la huella indeleble que nos marca de por vida, la condición de ser sanmiguelino con acariciados sueños de retornar a sus entrañables aulas para beber de sus fuentes de agua clarísima.
Un hecho que marcó de modo indeleble la historia del colegio fue la huelga sanmiguelina de 1964. Una gesta de la generación sanmiguelina del segundo lustro de esa década, en la cual los estudiantes de todo el colegio se rebelaron contra los abusos de un Instructor Pre-Militar, Juvencio Villegas Chávez, cuyo autoritarismo extremo no fue controlado oportunamente por los jerarcas sanmiguelinos de la época. A los estudiantes no les quedó otra alternativa que tomar sorpresivamente el colegio el 15 de junio durante tres días, luego de los cuales se logró la expulsión del militar, el médico escolar y una serie de beneficios que llenó de satisfacción al estudiantado que apoyó masivamente dicha gesta juvenil. Quedó claro el deslinde entre la autoestima de los sanmiguelinos y la irracionalidad del autoritarismo que se pretendió imponer a estudiantes civiles en nombre de la disciplina. El triunfo de aquella protesta estudiantil llenó de orgullo al estudiantado de entonces y sirvió para que una vez más la colectividad piurana se identificara con su Alma Mater, apoyando a los estudiantes con alimentos y pertrechos.
Catorce millones de soles cuesta la remodelación del viejo San Miguel
En la actualidad, el colegio es mixto, su Director es el Prof. Valentín Querevalú Arévalo, alberga un total de 3, 200 alumnos y la Unidad de Gestión Educativa Local, UGEL Piura, ente orgánico del Ministerio de Educación, ha designado oficialmente a San Miguel como Colegio Emblemático. Para el efecto, el gobierno central ha asignado una partida de S/. 14’ 300, 000 nuevos soles para la refacción integral de su infraestructura e implementación de auditorio, teatro y otros requerimientos básicos de la educación moderna, propia de la sociedad del conocimiento en el contexto de la sociedad global. Así, los sanmiguelinos volverán a tener un escenario digno.
Finalmente, la estela del San Miguel en Piura es magna e indeleble. El Alma Máter, es sinónimo de historia, tradición, cultura, conocimiento, formación humanista, nido juvenil, piuranidad y de resiliencia: capacidad de resistir la adversidad y vencerla. Como Anteo, San Miguel renace cada vez que las vicisitudes lo abaten u opacan, y continúa su aureola por los siglos que testimonian su grandeza al servicio de la juventud piurana y peruana. ¡Gloria al San Miguel de Piura!
Lima, 6 de setiembre del 2010

1 comentario:

  1. Martín Nizama, egregio representante del zumo de la sabiduría médica piurana, describe con efusivo jolgorio, la grandeza de su inolvidable GUESMP, exaltando los hechos que la enaaltecieron, históricamente, con su retórica grandilocuente, ccuya validez sirve de ejemplo a las actuales y venideras promociones.
    Mi formación fue 100 % salesiana, sin embargo, paradójicamente, mis mejores amigos emergieron en la GUNSMP. Y es poco decir.
    Me cconsidero un amigo de Martín, y por allí que agregue algunos detalles respecto a su historia: todos conocen su origen muy humilde, y recuerdo, cuando aún no hollábamos el clautro universitario, Él nos invitaba a visitar a su familia, en el incipiente P.J. Los Algarrobos: un encerrado por cuatro esteras, sostenido por carrizos; piso de tierrita, y orgulloso, junto con su padre, saboreábamos la chichita.
    Algo más recuerdo: su padre llegó de visita a Trujillo, con su vestimenta modesta, con yankis, y Martín recorrió, altivo, todo el claustro, y todo Trujillo.
    Mi chaplín era: loco. El de Martín: Cholo. Pero, el era es y será el más "loquito".
    Una más: para ser un terapeuta en farmacodependencia, Él recorrió todo el ssubmundo y se mimetizó. Claro: no fue tan loco, o cojudo, o enfermo, como Daniel Alcides Carrión.

    Felicidades.

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